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domingo, 28 de enero de 2024

UNA PEQUEÑA EXCURSIÓN POR LA TEORÍA DEL CAPITAL HUMANO, VERSIÓN T. W. SCHULTZ

 

Desierto de Gobi

Ariel Mayo (UNSAM / ISP Dr. Joaquín V. González)

 

“Los hombre olvidan antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio.”

Maquiavelo, El príncipe

 

“La desvalorización del mundo del hombre crece en proporción directa a la

valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce mercancías;

se produce a sí mismo y al trabajador como una mercancía.”

Karl Marx, Manuscritos económico-filosóficos de 1844

 

El economista estadounidense Theodore William Schultz (1902-1998) es conocido por sus estudios en el área de la economía de la educación. Fue uno de los creadores y principales exponentes de la teoría del capital humano (TCH a partir de aquí), junto al economista Gary Becker (1930-2014). Recibió el Premio Nobel de Economía en 1979, junto al economista británico Arthur Lewis (1915-1991), por sus investigaciones en el desarrollo económico, particularmente las referidas a los problemas de desarrollo de los distintos países.

La TCH tuvo su auge en la década de 1960, si bien sus orígenes se remontan a la década anterior. Surgida en el contexto de la expansión de los sistemas educativos (sobre todo en el nivel secundario y universitario) luego de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), la TCH brindó una justificación teórica al aumento del gasto público en educación. Para sus partidarios, la inversión en capital humano se traducía en un aumento de la productividad individual y proporcionaba la base técnica para un rápido crecimiento económico. La TCH fue sometida a fuertes críticas y cuestionamientos en la década de 1970, derivadas del fracaso de políticas públicas basadas en sus proposiciones (como la “guerra contra la pobreza” en EE. UU., y las política de apoyo al crecimiento económico del Tercer Mundo). Sin embargo, ello no significó su pase al olvido, sino que sus defensores se refugiaron en el campo de la sociología de la educación y desde allí ejercieron considerable influencia sobre los organismos financieros internacionales que se ocupan de la educación. Además, y esto ya constituye material para otro artículo, la teoría fue adoptada por los políticos de las corrientes “neoliberales” y, más acá en el tiempo, por los llamados “libertarios”. [1]

Más allá de los vaivenes que experimentó a lo largo de su historia, la TCH vino para quedarse, dado que proporciona (intenta hacerlo) legitimidad a las políticas educativas del capitalismo en el siglo XXI. Ello justifica su estudio y su crítica. Por estas razones, en Miseria de la Sociología decidimos prestarte atención. Fieles a nuestra costumbre, optamos por abordar el análisis de los textos de sus principales exponentes, recurriendo sólo de manera accesoria a las fuentes secundarias.


Las líneas principales de la teoría fueron expuestas por Schultz en 1960, en un discurso ante la Asociación Estadounidense de Economía, publicado luego en forma de artículo. [2] En ese texto, Schultz trata de explicar los motivos por los que el capital humano es ignorado por los economistas. El autor considera que esta omisión es significativa, pues sostiene que una porción relevante del crecimiento económico se explica por la inversión en capital humano y porque buena parte de lo que conocemos como consumo es inversión en capital humano.

En definitiva, procura de dar respuesta a la pregunta: ¿por qué cuesta reconocer que la habilidad y el conocimiento son una forma de capital?

El texto se encuentra dividido en los siguientes apartados: 1) Los economistas omiten tratar el tema de la inversión humana; 2) Crecimiento económico y capital humano; 3) Alcance y esencia de esas inversiones; 4) Observación final sobre los aspectos políticos del problema; Bibliografía.


La presente exposición no es más que una síntesis de los puntos fundamentales del artículo de Schultz, más algunos comentarios. El objetivo es que el lector se familiarice con los aspectos principales de la TCH y, de ese modo, pueda realizar un abordaje crítico de la misma.

El texto tiene dos ventajas, derivadas de haber sido concebido inicialmente como un discurso: es breve y va al grano, sin irse por las ramas. Esto no es poca cosa, sobre todo cuando uno se gasta la vista leyendo publicaciones académicas.

Schultz comienza señalando que los economistas reconocen que “los seres humanos constituyen una parte importante de la riqueza de las naciones”, pero no tienen en cuenta “la simple verdad de que las personas invierten en sí mismas y que estas inversiones son importantes” (p. 16).

Nuestro autor plantea que la moral y los principios filosóficos se encuentran entre los principales obstáculos al reconocimiento de la existencia del capital humano, pues prohíben considerar a los seres humanos como “bienes de capital”. Ese punto de vista fue expresado por el filósofo y economista inglés John Stuart Mill (1806-1873), quien afirmó que los habitantes de un país no deben ser considerados como riqueza, sino que la riqueza tiene que servir a los seres humanos. En el fondo, considerar a las personas como capital parece implicar que éstos pierden su libertad y se transforman en instrumentos de la acumulación capitalista. [3]

Schultz no está de acuerdo con la concepción expresada en el párrafo anterior y la despacha rápido, planteando que: “invirtiendo en sí mismos, los hombres pueden ampliar la esfera de sus posibilidades de elección” (p. 16). De este modo, las personas se libran de caer en las formas de servidumbre, porque amplían el margen de su autonomía. Dicho así, parece ser una variante más de la vieja frase “el conocimiento libera”, dado que esa mayor autonomía se logra mediante la “inversión en sí mismo”, sobre todo en el terreno de los estudios en el sistema educativo. Sin embargo, la utilización por Schultz del vocabulario económico (“inversión”) conduce el pensamiento hacia un terreno específico, reduciendo el alcance de la autonomía alcanzada mediante el conocimiento. En este sentido, resulta sintomático que Schultz piense que la única forma de lograr autonomía en nuestra sociedad sea (me adelanto un poco) aumentando la dotación de capital que posee cada individuo; dicho en otras palabras, las personas tienen que hacerse capitalistas para ser libres, pues de lo contrario vivirán sometidas…al imperio del capital (por supuesto, no es este el lugar para cuestionar los alcances de la libertad alcanzada en tanto capitalista).

Schultz se queja de que la corriente principal de la teoría económica siguió firme en su rechazo a aplicar el concepto de capital a los seres humanos. En este sentido, los economistas continuaron adhiriendo a la noción clásica consistente en identificar el trabajo con el trabajo manual “que requiere pocos conocimientos y habilidades”, cualidad que poseen casi todos los trabajadores.

En este punto hay que decir que nuestro economista presenta de un modo unilateral algunas cuestiones. En primer lugar, los economistas reconocen explícitamente que los seres humanos son un elemento central de la producción capitalista; de hecho, se considera al trabajo (la actividad de esos seres humanos) como uno de los factores de producción, junto al capital y la tierra. En el enfoque adoptado por Schultz las personas (en la medida en que inviertan en sí mismas) pasan a ser capital; si se mantiene la noción de factores de producción, desaparece (o se reduce considerablemente el factor trabajo), pues los trabajadores pasan a ser capitalistas. En segundo lugar, esa consideración del ser humano como elemento del proceso de producción capitalista implica su subordinación a las necesidades de acumulación del capital (algo que ya fue señalado por Marx en los Manuscritos de París de 1844). La realidad del proceso económico, no las ideas de los filósofos o las máximas morales, determinan que las personas se encuentran sometidas a la “servidumbre” del capital.

Schultz acelera el argumento y enuncia su idea fundamental:

“Los trabajadores se han convertido en capitalistas (…) por la adquisición de conocimientos y habilidades que tienen un valor económico. Esos conocimientos y habilidades son en gran parte el producto de la inversión y, junto con otras inversiones humanas, explican principalmente la superioridad productiva de los países técnicamente avanzados.” (p. 17) [4]

Cabe volver a insistir aquí en algo ya indicado anteriormente: sin querer, Schultz dice entre líneas que, para ser libre en el capitalismo es preciso convertirse en capitalista. Su afirmación tiene otro corolario interesante: si todos son capitalistas, no existe el menor resquicio para hablar de explotación, pues no hay trabajadores a quienes explotar. Y también se esfuma la noción misma de clase social; sólo hay individuos que gestionan los diferentes tipos de capital que poseen. En otros términos, Schultz nos propone una verdadera “utopía” capitalista.

Según el autor, la afirmación anterior permite explicar numerosas situaciones, tales como la mejor remuneración percibida por los trabajadores afroamericanos frente a sus homólogos blancos. Estas diferencias son producto de las diferencias en educación entre unos y otros. Contar con más años de permanencia en el sistema educativo permite acceder a mejores salarios. Detrás del reduccionismo propuesto por Schultz, se encuentra la afirmación de que, una vez desaparecidas las clases sociales, la diferencia entre los individuos en el marco de una economía de mercado, que hace de la competencia su regla básica de conducta, radica en su educación.

La inversión en seres humanos produce rendimiento a lo largo de un amplio período. Se trata de inversión en educación, en formación profesional y en movimientos migratorios de los jóvenes.

Schultz enuncia otra idea central: “El capital humano ha ido sin duda aumentando a un ritmo sustancialmente mayor que el del capital reproducible (no humano).” (p. 20) Esto es una consecuencia de la inversión humana. Así, explica el incremento de los salarios de los trabajadores en EE. UU. en la segunda posguerra como “un rendimiento de la inversión realizada en los seres humanos” (p. 21) El capital humano también permite explicar: a) la rápida recuperación de los países europeos en la segunda posguerra (a pesar de la destrucción de capital físico); b) las dificultades de los países pobres para hace un uso eficaz de las inversiones externas.

A continuación, Schultz da el paso siguiente y pasa a utilizar la denominación recursos humanos para designar a las personas.

Los recursos humanos tienen componentes cuantitativos (número de personas; porcentaje de la población activa, número de horas trabajadas, etc.) y cualitativos (habilidad, conocimientos y atributos similares). Respecto a estos últimos componentes, los gastos para mejorar estas capacidades aumentan la productividad de los individuos.

El autor se plantea la cuestión de ¿cómo medir calcular la magnitud de la inversión humana? Dado que la inversión humana incide en el aumento de los ingresos, se toma dicho aumento como indicador del rendimiento de la inversión.

Algunas de las actividades que mejoran la capacidad humana: 1) facilidades y servicios de sanidad; 2) la formación profesional; 3) la educación formal en todos sus niveles; 4) programas de estudio para adultos organizados por las empresas; 5) migraciones individuales y familiares para ajustar las cambiantes oportunidades de empleo.

Schultz se concentra en la inversión en educación, dado que aumentó a un ritmo muy rápido y que “por sí misma puede muy bien explicar una parte importante del, otra manera inexplicado, aumento en los ingresos de los trabajadores” (p. 25). Su análisis es cuantitativo, se preocupa establecer la magnitud de la inversión en educación y su rendimiento. Para ello utiliza varios supuestos no desarrollados en este artículo.

Afirma que una parte importante del crecimiento no explicado de la economía estadounidense en las últimas décadas se explica a partir de la inversión en educación.

Schultz dedica el final del artículo al examen de los aspectos políticos del problema. Entre esos aspectos destaca que las leyes impositivas discriminan en contra del capital humano. Además, sostiene que existen numerosos obstáculos a la libre elección de la profesión (menciona la discriminación racial y religiosa). [5] Por último, señala un problema en la asistencia económica a los países del Tercer Mundo, pues ella se concentra en el capital físico y deja de lado el capital humano, generando un límite fuerte a la eficacia de esa asistencia (pues pronto se agota la reserva de personal calificado para operar la tecnología más avanzada proporcionada por la inversión externa). [6]

Escribe a modo de conclusión: “Verdaderamente, la característica más distintiva de nuestro sistema económico es el crecimiento del capital humano. Sin él, habría únicamente trabajo manual y pobreza, excepto para aquellos que obtienen rentas de la propiedad.” (p. 31)

Llegamos al final de esta brevísima excursión por las tierras de la TCH. Ya sabemos en qué consiste y cuáles son sus planteos principales. También hemos formulado algunas (brevísimas) consideraciones. Todo esto es el punto de partida, no la llegada. En los tiempos que corren se pueden hacer muchas cosas, menos subestimar los argumentos del enemigo.

 

 

Balvanera, domingo 28 de enero de 2024


NOTAS:

[1] Javier Milei (n. 1970), quien asumió a la presidencia de Argentina en diciembre de 2023, creó el Ministerio de Capital Humano y subsumió en esa nueva estructura al viejo Ministerio de Educación.

[2] Schultz, Th. W. (1972). Inversión en capital humano. En M. Blaug, Economía de la educación (pp. 17-33). Madrid, España: Tecnos.

El artículo fue publicado originalmente en inglés en 1961: Investment in Human Capital. American Economic Review, (51), pp. 1-17. Se basa en el discurso pronunciado ante la Asociación Estadounidense de Economía [American Economic Association] en 1960.

Para la TCH pueden consultarse:

Aronson, P. P. (2005). La "teoría del capital humano" revisitada [ponencia]. IV Jornadas de Sociología de la UNLP. La Argentina de la crisis: Desigualdad social, movimientos sociales, política e instituciones, La Plata, Argentina. [23 al 25 de noviembre de 2005] http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.6705/ev.6705.pdf

Becker, G. (1983). El capital humano. Madrid, España: Alianza.

[3] El autor menciona tres economistas que consideraron a las personas como capital: Adam Smith (1723-1790), Johann Heinrich von Thünen (1783-1850) e Irving Fisher (1867-1947).

[4] Esta afirmación tenía un “atractivo directo (…) para los sentimientos procapitalistas [por] su insistencia en que el trabajador es un detentor de capital corporizado en sus habilidades y conocimientos, y que tiene la capacidad de invertir (en sí mismo). Así, en un atractivo golpe conceptual, el asalariado, que no es propietario y que no controla ni el proceso ni el producto de su trabajo, es transformado en capitalista.” (Karabel, J. y Halsey, A. H. (s. d.). La investigación educativa: Una revisión e interpretación. Traducción de Jorge G. Vatalas, p. 11. [Material preparado para la cátedra de Sociología de la Educación].

[5] Schultz critica la forma en que se lleva a cabo la asistencia estatal a los sectores de bajos ingresos: “Los bajos ingresos de determinados grupos sociales han sido durante mucho tiempo materia de interés público. La política, con demasiada frecuencia, se centra sólo en los efectos, ignorando las causas. Gran parte de los bajos ingresos de muchos negros, puertorriqueños, mejicanos, agricultores emigrantes, agricultores pobres y algunos trabajadores viejos, son producto de una escasa inversión en su salud y educación.” (p. 29)

[6] “Las naciones del Tercer Mundo eran pobres, no a causa de las relaciones económicas internacionales, sino debido a características internas, especialmente a su carencia de capital humano.” (Karabel y Halsey, op. cit., p. 12)



miércoles, 13 de diciembre de 2023

NO HAY PLATA NI IDEAS

 

Ruinas de la ciudad alemana de Dresde, 1945

Ariel Mayo (ISP Joaquín V. González / UNSAM)

Antes de comenzar esta nota conviene enunciar la regla que debe regir, en nuestra opinión, los análisis políticos y económicos, regla que fue esbozada por Maquiavelo en El príncipe: “De las acciones de los hombres, y más aún de las de los príncipes, que no pueden someterse a reclamación judicial, hay que juzgar por los resultados.”

El ministro de Economía, Luis Caputo, anunció ayer un “paquete de urgencia” (son sus palabras) para enfrentar la crisis. Como es lógico, no puede hablarse de resultados, dado que las medidas no empezaron a implementarse y que, muchas de ellas, fueron formuladas de manera muy imprecisa. Por lo tanto, nuestro análisis va a circunscribirse a la perspectiva general adoptada por Caputo, a las posibles consecuencias de las medidas concretas y a la orientación política que se vislumbra a partir del contenido global del paquete.

Se trató de un discurso grabado relativamente breve (17 minutos y 44 segundos), máxime si tenemos en cuenta la magnitud de la crisis. No hubo conferencia de prensa posterior.

Desde el punto de vista del contenido, el discurso se divide en dos partes, separadas por una transición donde plantea la existencia de una “oportunidad histórica”: a) el diagnóstico (los primeros 9 minutos); b) la enumeración de las medidas del paquete de urgencia (minuto 10 en adelante).

Del diagnóstico, que se encuadra en la línea de lo dicho por el presidente Milei en su discurso de asunción, podemos decir dos cosas.

En primer lugar, la notoria pobreza de las ideas expresadas (¿corolario intelectual de la consigna “No hay plata”). Caputo hace del déficit fiscal la causa de todos los problemas de la Argentina en los últimos cien años. Aceptemos, aunque sea a beneficio de inventario, que esto es así. Pero entonces, ¿qué genera el déficit fiscal? Según Caputo, la respuesta es “nuestra adicción al déficit fiscal”. ¿De dónde viene esta adicción? Silencio. No va más allá de eso. Somos “políticamente adictos al déficit” y punto.

Sobre esta explicación nebulosa se apoya el diagnóstico del ministro, quien afirma que los problemas de la deuda, del dólar y de la inflación son consecuencia del déficit generado por la mencionada adicción. Pero no nos dice una palabra acerca de dónde viene la adicción. Como sea, sabemos que un diagnóstico errado lleva a tomar medidas equivocadas. Por eso hay que extremar los medios para no caer en diagnósticos simplistas, como es el caso del realizado por el señor ministro.

En segundo lugar, el diagnóstico se mete con los últimos 100 años de historia argentina, y lo hace de manera ahistórica y bruta. ¿Por qué utilizamos calificativos tan duros? Desde 1923 hasta la fecha (tomemos lo de los 100 años en sentido literal) gobernaron radicales, conservadores, peronistas de variado pelaje, dictaduras militares, Macri. Cada uno de ellos afrontó problemas específicos y eligió diversas alternativas para resolverlos. Caputo reduce toda esta complejidad a dos términos: déficit fiscal y adicción al gasto. Se dan así algunas paradojas, como por ejemplo el caso de Menem, quien para Milei es “el mejor presidente del período iniciado en 1983”, o su aliado el Macri, quienes pasan a ser puestos en la misma bolsa con los demás “adictos al gasto”.

Sobre esta historia a-histórica se sustenta el diagnóstico de Caputo. Y vuelvo a repetir: un diagnóstico errado conduce a soluciones equivocadas.

Caputo resume el diagnóstico con una frase: “definitivamente estamos frente a la peor herencia de nuestra historia”. Para el señor ministro, esto es lo que genera “una oportunidad histórica”, dado que la ciudadanía votó a un político que sostuvo que el déficit fiscal es la causa de todos nuestros problemas. Ahora bien, Caputo omite algunas cuestiones: Milei hizo campaña prometiendo “ajustar a la casta”, “dolarizar”, “cerrar el Banco Central”. Nada de eso fue mencionado en el discurso de ayer. Es cierto que, dada la liviandad manifiesta del diagnóstico de Caputo, podemos permitirnos dudar de su capacidad para interpretar las preferencias del electorado.

Pero mejor pasemos a las medidas del “paquete de emergencia”. Al adoptar esta denominación, Caputo dice una verdad. No hay plan económico, en el sentido de un conjunto orgánico de medidas que permitan resolver la crisis y restablecer una senda de crecimiento. Las circunstancias que rodearon el camino de Milei a la presidencia hacen que la improvisación siga siendo la norma de sus funcionarios.

Dicho esto, Caputo enumeró una serie de medidas, algunas de carácter concreto y otras imprecisas (cuya aclaración se irá dando, suponemos, en los días subsiguientes).

La medida más concreta está referida, como cabía esperar al valor del dólar. Caputo anunció la fijación del tipo de cambio oficial en 800 pesos, esto es, una devaluación de más del 100% respecto a la cotización anterior. Pero esto no es todo. También dijo que se aumenta provisoriamente (aunque no precisó el monto) el impuesto país para las importaciones y las retenciones de las exportaciones no agropecuarias.

Sobre esta medida podemos hablar con cierta precisión: 1) favorece claramente al sector agroexportador, algo que señaló expresamente el ministro; 2) el Estado se beneficia con el aumento del impuesto país a las importaciones y retenciones a exportaciones no agropecuarias, algo que le permitirá, en principio, reducir la magnitud del ajuste fiscal (mediante impuestos, algo “curioso” desde el punto de vista del ideario de La Libertad Avanza); 3) la mayoría de la población verá reducidos sus ingresos por un nuevo salto de la inflación, dada la magnitud de la devaluación (que superó a los 650 pesos mencionados por el ministro del Interior Guillermo Francos hace algunos días); 4) los importadores se verán en serios problemas para importar insumos necesario para la producción, sobre todo la pequeña y mediana industria, algo que se traducirá en caída de la actividad económica (recesión) y aumento del desempleo. A todo esto hay que agregar otra cosa curiosa: parece que “las ideas de la libertad” incluyen aumentos de impuestos y mantenimiento de las retenciones. Como ocurre casi siempre, la realidad y las necesidades políticas matan ideología.

Otra medida significativa, aunque aquí también faltan precisiones, es el anuncio de la cancelación de las licitaciones de obra pública aprobadas (pero que todavía no han comenzado), y la decisión de no hacer nuevas licitaciones. Las consecuencias son previsibles: caída de la actividad económica y desempleo. Además, si la medida se mantiene en el tiempo habrá un deterioro todavía mayor de la infraestructura necesaria para la producción (por ejemplo, autopistas y caminos, puertos, etc., etc.), pues pensar que la inversión estatal en el área puede ser reemplazada por los capitales privados es algo bastante utópico.

Mención aparte merece el anuncio de la reducción de los subsidios a la energía y al transporte. Si bien no se anunciaron ni montos ni plazos, lo cierto es que esto implica una reducción de ingresos para buena parte de la población, ya sea por el aumento de las tarifas de los servicios (luz, gas, etc.), ya sea por el aumento del boleto de colectivos, trenes, etc.

Por último, algunas palabras sobre otras dos medidas. Por un lado, la no renovación de los contratos laborales del Estado que tengan menos de un año de vigencia se traducirá en aumento de la desocupación. Por el otro, la reducción al mínimo de las transferencias discrecionales del Estado nacional a las provincias debe leerse como aumento de la discrecionalidad (pues no se eliminan completamente). O sea, Milei combatirá la discrecionalidad con más discrecionalidad. Esto se traducirá en mayor rosca para lograr el apoyo de las provincias a los proyectos de ley presentados por el Ejecutivo.

El “paquete de urgencia” tiene una orientación general clara, más allá de su improvisación y falta de precisiones. El gobierno de Milei busca el apoyo, fundamentalmente, de la burguesía agroexportadora y, más en general, de la burguesía con capacidad de exportar y/de conseguir dólares. El Estado reduce su capacidad de intervenir en el proceso económico y se concede al capital privado la responsabilidad de reactivar la economía. La recesión y el ajuste fiscal (ayer faltaban precisiones sobre su magnitud, aunque se habla de una reducción de dos puntos y medio del PBI, pues otros tres puntos surgirían de los ingresos generados por el aumento del impuesto país – veremos-) son las herramientas elegidas para resolver los desequilibrios de la economía. Eso y algo de contención para los más pobres (duplicación de la AUH y un aumento del 50% de la Tarjeta Alimentar), probablemente para evitar algún estallido. Por el momento no hay mucho más. Se busca reducir el gasto, pero no hay ninguna indicación acerca de cómo se alcanzará el crecimiento ni como recuperarán poder adquisitivo el salario real, las jubilaciones y las pensiones. Demasiado poco, demasiado endeble, demasiado improvisado, para una crisis la que sufre nuestro país. Todo parece dirigirse a una tormenta inflacionaria y a una reducción extraordinaria de los ingresos de los trabajadores y demás sectores populares, mayor aún que la experimentada por Argentina en los últimos años.

En los próximos días habrá más precisiones. Pero podemos afirmar que la remera vendida en estos días tendría que tener como inscripción “No hay plata ni ideas”, pues ello daría cuenta de la situación en la que está en este momento la política económica de Milei.

 

Balvanera, miércoles 13 de diciembre de 2023

miércoles, 29 de noviembre de 2023

MÁS ALLÁ DEL HUMO ELECTORAL

 

El Bosco, El jardín de las delicias (fragmento)



Ariel Mayo (UNSAM / ISP Joaquín V. González)

 

A semana y media del triunfo de Javier Milei en el balotaje, y a medida que se disipa el humo electoral, van quedando algunas cosas claras y ya es posible hablar de ellas sin enredarse en discusiones inútiles.

Al decir que hay algunas cosas claras me refiero a cuestiones estructurales, que pueden verificarse de manera más o menos empírica, y no a los dichos cambiantes de los protagonistas.

La primer cuestión estructural es la debilidad de las diferentes fuerzas políticas. El triunfo de Milei dejó maltrechas a las dos grandes coaliciones que se disputaron el gobierno del país desde hace un poco menos de dos décadas (el hecho mismo de que se trate de coaliciones y no de fuerzas políticas relativamente unificadas da cuenta de que los problemas venían de mucho antes de que Milei asomara la cabeza).

El peronismo no sólo perdió en la mayoría de los distritos electorales, sino que vio como el conjunto de las ideas que sostuvo desde 2003 en adelante y que le permitieron atraer a sectores importantes de la población, fueron rechazadas mayoritariamente por los votantes (por supuesto, ese rechazo se venía expandiendo desde hace mucho tiempo). Así, por ejemplo, la redistribución de recursos por vía estatal quedó sepultada, por lo menos momentáneamente, en las urnas.

Las manifestaciones de odio hacia los planeros, el aumento del encono hacia la educación pública (aun de sectores que mandan a sus hijos a las escuelas estatales), la difusión de la idea que hay que pagar todo lo que puede ser pagado y más, etc., etc., son expresiones de un cambio de época. En este punto hay que decir que la incapacidad del kirchnerismo para resolver el estancamiento de la economía a partir de 2011, que fue vaciando progresivamente de contenido a la frase “Estado presente”, fue la gran promotora de esa reacción antiestatal, pero, así y todo, no deja de asombrar la magnitud y profundidad de la reacción. Es razonable pensar que la (pésima) política del presidente Fernández frente a la pandemia contribuyó a llevar las cosas al siguiente nivel.

En 2015 y 2019 la mayoría del electorado votó a favor del cambio, es decir, por un mejoramiento de las condiciones de vida que se venían deteriorando aceleradamente desde 2011. En 2023 la mayoría del electorado sufragó adrede por el ajuste, entendiendo que las cosas no podían seguir como durante el desastroso gobierno de Alberto Fernández. El peronismo recibió de lleno el impacto y hoy se encuentra huérfano de liderazgo y de ideas.

La coalición opositora, cuyo núcleo duro es el PRO de Mauricio Macri, no salió del proceso electoral en mejores condiciones. Si bien Macri unió su suerte a la de Milei y le llenó de ministros propios el gabinete, la realidad indica que Macri fracasó en su intento de ser presidente por segunda vez, a punto tal que ni siquiera pudo presentarse como candidato. Además, la lucha interna entre Rodríguez Larreta y Bullrich terminó por aniquilar la competitividad electoral de la coalición, aniquilamiento cuya expresión fue el tercer puesto en las elecciones generales de octubre. En la práctica, la coalición opositora al kirchnerismo dejó de existir y las fuerzas que la integran están en un proceso de reconfiguración.

Paradójicamente, la fuerza triunfante en el balotaje no se encuentra en mejores condiciones que las coaliciones derrotadas. La Libertad Avanza de Javier Milei es un armado heterogéneo, construido para poder participar en las elecciones, y en ese armado imperó el principio “los melones se acomodan andando”. Es probable que Milei mismo no creyera que iba a llegar al gobierno y por eso descuidó la construcción de una fuerza política, pero el hecho es que resultó presidente electo y, a la fecha, no cuenta con los cuadros necesarios para armar el gobierno.

El milagro mileisiano de las renuncias de integrantes de un gabinete que todavía no entró en funciones, la danza de nombres que son renunciados apenas se los hace públicos, todo ello se explica, en parte, por la debilidad y fragmentación de las fuerzas políticas. Y esa situación de debilidad es consecuencia de la incapacidad de dichas fuerzas para encontrar la salida al estancamiento económico que lleva más de una década.

La segunda cuestión estructural es la ausencia de un acuerdo en la clase dominante respecto a cuál debe ser la salida para la crisis y eso se manifiesta en la ausencia de un programa económico. La derrota de Massa (y en menor medida la de Bullrich en las generales) se explica por la innegable incapacidad de las dos grandes coaliciones políticas para resolver los problemas económicos del país, pero detrás de esa incapacidad asoman las carencias de la clase dominante o, para hablar con propiedad, de la burguesía argentina.

Milei demostró ser un gran agitador con las consignas de dolarización y motosierra, pero una vez ganadas las elecciones es otro el cantar. La dolarización, el cierre del Banco Central, pasaron rápidamente a mejor vida. La designación de Caputo al frente del ministerio de Economía y la decisión de implementar un fuerte ajuste fiscal muestran que no hay un plan consistente (o, por lo menos, todavía falta mucho para tenerlo). En los hechos y no en las palabras, Milei reconoció que no tenía ni plan económico ni equipo, y que ambos se están armando sobre la marcha.

Se habla de improvisación, de colonización del gabinete por el macrismo, de pragmatismo, de abandono de los “ideales libertarios”. La cuestión es mucho más profunda y va más allá de Milei y de La Libertad Avanza. A riesgo de ponerme cargoso, vuelvo a insistir en que desde 2011 las dos grandes fuerzas políticas mostraron en la práctica ser incapaces de restablecer el crecimiento de la economía. Vivimos en una crisis constante que nunca termina de desatarse completamente y que se traduce en un persistente deterioro de la calidad de vida para la mayoría de la población. Ello está modificando profundamente las condiciones sociales y políticas, acelerando la fragmentación y el individualismo.

Pero es importante tener en cuenta que no se trata sólo de las fuerzas políticas. Un plan económico expresa las necesidades y los intereses de determinados sectores de la clase capitalista. Me refiero a esa clase porque es sabido que una economía capitalista se reactiva por medio de la inversión, y son los capitalistas quienes tienen la capacidad de invertir. Ahora bien, si la economía argentina está estancada desde 2011 eso significa que la clase dominante carece de un plan de salida de la crisis o, si se prefiere, que sus diferentes fracciones no se ponen de acuerdo acerca de cuál es la salida.

Es cierto que la superficie de la política es atractiva, porque allí están los cargos y los privilegios de la “casta” (parafraseando a Milei), pero hay que hacer el esfuerzo para salir de lo coyuntural y animarse a mirar las cuestiones estructurales. Sobre todo si se quiere construir una salida que no sea la de la clase dominante.

No hay que olvidar que Milei, Macri y Massa, pero también la burguesía argentina, son “casta”, en el sentido de que gozan de la vida a costa de las penurias de la mayoría de la población.

 

Balvanera, miércoles 29 de noviembre de 2023

martes, 21 de noviembre de 2023

MAS APUNTES SOBRE EL TRIUNFO DE MILEI

 

Francisco de Goya, El coloso


Ariel Mayo (UNSAM / ISP Joaquín V. González)

 

El presidente electo Javier Milei, en su discurso de la noche del 19 de noviembre, dijo que él era “el primer presidente liberal libertario en la historia de la humanidad” y que la mayoría de los argentinos votó a favor de las “ideas de la libertad”, es decir, las ideas del liberalismo cuyos ejes principales son: gobierno limitado, respeto a la propiedad privada y comercio libre.

Milei (por lo menos hasta ahora) demostró ser un ideólogo, es decir, alguien que está convencido de que las ideas gobiernan al mundo y que los hechos deben acomodarse a las ideas. Es lógico, por tanto, que en el discurso de celebración de su triunfo electoral proclame la victoria del liberalismo.

Pero las ideologías no gobiernan el mundo.

En la vida diaria muy pocas personas toman sus decisiones en base a criterios ideológicos. Voy al supermercado no porque sus dueños sean liberales, socialistas o peronistas, sino porque tiene mejores precios, porque me queda cerca, porque compro todo lo que necesito en un solo lugar, etc., etc.

Las ideologías siempre son minoritarias, y son tanto más minoritarias cuanto más complejas se vuelven. La inmensa mayoría de los votantes de Milei desconocen las obras de Rothbard, Hayek o Benegas Lynch. Por eso es erróneo afirmar que la mayoría de los argentinos votó por las ideas de “la libertad”.

Por eso también es erróneo aseverar que una parte importante de los argentinos votó por el “fascismo”.

El voto a un candidato se explica por múltiples factores, y la ideología sólo es uno de ellos (y está lejos de ser el más importante).

La ideología no gobierna el mundo.

Si ponemos a la ideología en su lugar, hay otra cosa que nos autoriza a decir que Milei tiene una parte de razón en su discurso. Es verdad que no triunfaron las “ideas de la libertad”, pero también es cierto que se impuso el individualismo.

El individualismo no es una ideología, en el sentido de una concepción del mundo más o menos estructurada, más o menos elaborada. El individualismo es una manera de ser en lo cotidiano, en las relaciones con nuestros semejantes. Su esencia consiste en ponerse a uno mismo como el centro del universo y considerar a los demás como cosas que sirven para lograr los propios objetivos.

Una década de estancamiento de la economía, aumento de la pobreza y de la precarización laboral, salarios reales por el piso, deterioro de la educación y la salud públicas. Todo ello alentó el desarrollo del individualismo, aunque no necesariamente debía desembocar en su triunfo en toda la sociedad. Hacía falta algo más.

Ese algo más es la fragmentación social.

La clase trabajadora argentina fue la más homogénea de América Latina hasta 1976. Esa homogeneidad relativa explica su capacidad para enfrentar con éxito los planes de ajuste, su influencia sobre el resto de la sociedad y, en última instancia, el peronismo.

La clase obrera argentina dejó de ser homogénea hace mucho tiempo. Sin entrar en detalles (el lector puede consultar las fuentes estadísticas), en una enumeración rápida encontramos: trabajadores de sectores de alta productividad y sectores de baja productividad; trabajadores bajo convenio colectivo y trabajadores fuera de convenio; trabajadores con estabilidad laboral y trabajadores precarizados; trabajadores estatales y trabajadores privados, etc., etc.

No sólo la clase trabajadora se fragmentó. Algo semejante ocurrió con el conjunto de los sectores sociales. La sociedad argentina es hoy un montón de islas, con uno que otro archipiélago, pero no hay nada parecido a un continente. Sólo la selección de fútbol genera un consenso mayoritario.

Una sociedad estancada en lo económico, empobrecida y fragmentada en lo social, es una sociedad en la que existe una enorme predisposición a que se imponga el ¡Sálvese quién pueda! Como actitud generalizada.

El resultado de estos procesos fue el individualismo.

Un individualismo exacerbado que minó las construcciones colectivas.

Milei fue quien mejor interpretó el individualismo que recorría todos los espacios de la sociedad argentina. De ahí su capacidad para interpretar tanto a los jóvenes precarizados como a los jóvenes emprendedores.

El 19 de noviembre no se impusieron las “ideas de la libertad”. Ganó o, mejor dicho, ratificó su hegemonía el individualismo.

Las ideologías no gobiernan el mundo. Por eso es mejor bajar al suelo de lo cotidiano y observar cómo las condiciones sociales fomentan ciertas formas de pensar y marginan a otras.

Milei surgió de esta tierra, como el mate y el dulce de leche. Para enfrentarlo hay que empezar por conocer esta tierra, es decir, esta sociedad. Y sólo después hay que poner la lupa en las ideologías.

 

Balvanera, martes 21 de noviembre de 2023


lunes, 20 de noviembre de 2023

APUNTES (BREVÍSIMOS) SOBRE EL TRIUNFO DE MILEI

 

Goya. Saturno devorando a su hijo


Ariel Mayo (UNSAM / ISP J. V. González) 

 

El resultado del balotaje fue del domingo 19 de noviembre fue el esperable, si se deja de lado el miedo y la incertidumbre que generan las frases y la orientación ideológica de Javier Milei. Todos sabemos que con el diario del lunes los análisis son sencillos pero, objetivamente, Sergio Massa no podía ganar. Sólo la personalidad de Milei logró que Massa fuera competitivo hasta el final.

Ministro de Economía con 140% de inflación anual mata candidato.

La victoria de Milei se remonta a mucho antes de que el presidente electo iniciara su meteórica carrera política. La economía del país se estancó en 2011 y ni el peronismo ni el macrismo fueron capaces de restablecer el crecimiento. Ello se tradujo en inflación en ascenso y el consiguiente incremento de la pobreza. El resultado es conocido: para el primer semestre de 2023 la pobreza en Argentina alcanzó el 40,1%, mientras que la indigencia representó el 9,3%. En números: 18,5 millones de personas vivían en la pobreza (y 4,3 millones de ellas eran indigentes). Todavía más, entre los niños de 0 a 14 años el 56,2% eran pobres.

Cifras lapidarias que permiten caracterizar el gobierno de Alberto Fernández.

En 2019 el PJ ganó las elecciones con la promesa de terminar con el deterioro de las condiciones de vida verificado durante el gobierno de Mauricio Macri. Sin embargo, lejos de mejorar, la situación de la mayoría de la población siguió empeorando.

Más de una década de estancamiento económico, de aumento de la pobreza, de deterioro de la salud y de la educación públicas, de precarización de las relaciones laborales. Más de una década de caída de las condiciones de vida de la mayoría de la población.

Más de una década. Nada es gratis en política y las elecciones de 2023 fueron la presentación de la factura por esa mayoría de la población. El candidato Massa pagó la factura con su derrota estrepitosa en el balotaje de 2023.

La victoria de Milei comenzó a gestarse hace mucho tiempo. No fue sólo el fracaso de las dos grandes coaliciones (kirchnerismo y macrismo) para revertir el estancamiento económico. Más en general, hubo una especie de actitud de época, especialmente notoria entre el kirchnerismo y los sectores progresistas, tendiente a subestimar los efectos políticos del empeoramiento de las condiciones de vida de la mayoría de la población.

Karl Marx, ignorado ecuménicamente en estos tiempos, decía que “no es la conciencia de los seres humanos lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia”.

En el caso argentino, las condiciones materiales, expulsadas por el sistema político, fueron reintroducidas por el político menos pensado: Javier Milei. En medio del empobrecimiento de la mayoría de los argentinos, los dirigentes de los principales partidos se dedicaron a debatir cuestiones secundarias y a enfrascarse en interminables internas. Cada vez más separados de las condiciones materiales de la población, los políticos fueron fácil presa de un gran agitador como Milei.

Nada de los escrito aquí debe interpretarse como una explicación del triunfo de Milei. Se trata, apenas, de señalar que las condiciones materiales (y no el discurso) siguen jugando un papel primordial en los procesos políticos. Y le tocó a Milei el demostrarlo.

 

Balvanera, lunes 20 de noviembre de 2023

domingo, 29 de octubre de 2023

LA ARROLADORA FUERZA DEL CAMBIO, O DE CÓMO UN LIBERAL ARREMETE CONTRA EL INDIVIDUALISMO: REFLEXIONES SOBRE TOCQUEVILLE

 

Alexis de Tocqueville


Ariel Mayo (UNSAM / ISP Joaquín V. González)

 

“No ignoro que muchos han creído y creen todavía que las cosas de este mundo las dirigen la fortuna y Dios, sin ser dado a la prudencia de los hombres hacer que varíen, ni haber para ellas remedio alguno; de suerte que, siendo inútil preocuparse por lo que ha de suceder, lo mejor es abandonarse a la suerte. En nuestra época han acreditado esta opinión los grandes cambios que se han visto y se ven todos los días, superiores a toda humana previsión.”

N. Maquiavelo, El príncipe [1]

 

“Un mundo nuevo requiere una ciencia política nueva.”

Alexis de Tocqueville, La democracia en América

 

 

¿Un ensayo sobre Alexis de Tocqueville? ¿Qué sentido tiene gastar tiempo y palabras en un autor del siglo XIX, vinculado al conservadurismo liberal o al liberalismo conservador? ¿Acaso no tenemos temas más importantes de que ocuparnos?

Sin embargo, Alexis de Tocqueville (1805-1859) nos sigue interpelando. No podemos ignorarlo y volver a la zona de confort académico (ni tampoco sumir al propio Tocqueville en la academia, es decir, otra forma de ignorarlo). Por supuesto, el lector puede preguntar a esta altura: ¿en qué consiste esa interpelación y por qué resulta ineludible para quienes estamos interesados en la sociología y en la política de nuestro tiempo?

Para dar respuesta a la pregunta precedente es preciso volver a Maquiavelo (1469-1527). Mas concretamente, al epígrafe con el que se abre este ensayo. Maquiavelo es consciente de estar viviendo una época de enormes cambios (en términos modernos: el desarrollo de la economía mercantil, los descubrimientos geográficos y la expansión del mundo conocido por los europeos, la aparición de los Estados nacionales, la revolución científica y la crisis del pensamiento medieval, etc.). Las transformaciones generan vértigo y confusión en las personas; muchas de ellas piensan que los cambios son inexplicables; otras prefieren aferrarse al pasado antes que afrontar lo desconocido; otro grupo opta por la resignación ante un curso de los acontecimientos que parece inmodificable. Pero Maquiavelo no se deja arrastrar por la corriente. Por eso escribe, casi a continuación de nuestro epígrafe: “Creo que de la fortuna depende la mitad de nuestras acciones, pero que nos deja a nosotros dirigir la otra mitad, o casi.” [2] En otras palabras, frente al fatalismo y el misticismo Maquiavelo apuesta a la razón, que procura poner orden en el caos. De esta actitud surgió la ciencia política de Maquiavelo, la primera ciencia social moderna.

Nuestro tiempo se asemeja al de Maquiavelo. En esta segunda década del siglo XXI las certezas parecen esfumarse. Vivimos en la incertidumbre. Frente a ella: el misticismo, los fundamentalismos, el disparate liso y llano; diferentes “salidas” para huir de los cambios que nos abruman. Las personas se desesperan por encontrar algún sentido a su existencia y no verse arrastrados en un torbellino de acontecimientos e imágenes.

En 2023 la necesidad de volver a apostar por la razón es acuciante. El capitalismo en su estadio avanzado (no confundir, por favor, con estadio terminal o algo por el estilo) agudiza el individualismo y lleva la fragmentación de lo social al paroxismo. No se trata de una tendencia novedosa, pues es inherente a la organización capitalista de la sociedad, pero lo nuevo es la intensidad de la fragmentación, cómo la misma se ha extendido a todos los aspectos de la vida humana.

El impacto del individualismo ha sido devastador sobre la ciencia de la sociedad (o las ciencias sociales, si así lo prefiere el lector). En el transcurso de pocas décadas, la Ciencia de la sociedad ha pasado a ser la ciencia del individuo, para devenir luego en Discurso sobre el individuo. En el camino hemos perdido a la ‘Ciencia’ y a la ‘Sociedad’. Se han cruzado tantas líneas rojas que hoy predomina lo individual, cuyos extremos son, por un lado, la glorificación de la autopercepción y, por el otro, la exaltación de la (micro) descripción, que hace que lo general se esfume en las descripciones de lo microsocial llevadas a niveles ridículos (a modo de ejemplo grotesco: una investigación cuyo tema sea el análisis de la influencia del peronismo en los boletines de calificaciones de los alumnos y alumnas de 4° B de la escuela x de Venado Tuerto en 1948).

Pero la sociedad no es sólo azar y egoísmo. No es vapor que podamos disipar a voluntad. Por el contrario, lo social posee una materialidad sui generis [3], que ofrece resistencia si se lo ignora como ocurre en la actualidad. El individualismo exacerbado se estrella tarde o temprano contra esta peculiar materialidad de lo social. Las crisis son una de las expresiones de ese choque.

Ahora bien, la tarea de la ciencia de la sociedad es reducir la incertidumbre, no destruir la idea misma de sociedad. El núcleo de la sociedad son las relaciones sociales, que no pueden ser reducidas a un contrato celebrado entre individuos autónomos que pueden hacer lo que les plazca. Por el contrario, las relaciones sociales moldean a los individuos. [4] Si se acepta esta última afirmación se comprende la utilidad de abandonar la idea de que los individuos construyen la sociedad a su imagen y semejanza, y pasar a buscar otras herramientas teóricas para comprender el funcionamiento de la totalidad social. Una de esas herramientas es la noción de proceso. Un proceso, tal como lo entendemos aquí, es el desenvolvimiento de un sistema complejo, constituido por un cúmulo de relaciones sociales, en el que coexisten regularidades e incertidumbres.

Tocqueville comprendió como pocos la idea de proceso. Frente a la Revolución Francesa (y, aunque no la nombre, a la Revolución Industrial), un noble cuyos padres escaparon por un pelo de la guillotina, podía manifestar un rechazo completo, refugiándose en la defensa del pasado, calificando a la Revolución como el producto de mentes criminales y/o fanáticas, que venía a romper la armonía tradicional. Pero hizo algo bien diferente: se esforzó por mostrar que la Revolución formaba parte de un proceso cuyos orígenes se remontaban a muchos siglos atrás.

La introducción a La democracia en América (1835) [5] constituye una muestra de la manera en que Tocqueville concebía al proceso social. El texto puede dividirse en dos partes: en la primera, el autor analiza las características y el desarrollo del proceso de igualación; en la segunda, esboza una propuesta política para dirigir la marcha de ese proceso. En este ensayo me ocuparé exclusivamente de la primera.

El punto de partida de Tocqueville es el reconocimiento de la existencia de un proceso que presenta características semejantes en EE. UU. y en Francia, cuyos rasgos principales son la igualación de condiciones y el ascenso de la democracia. Este proceso influye sobre las leyes, las costumbres políticas y la sociedad civil. Se trata de un fenómeno que no obedece a las peculiaridades de tal o cual país, ni a la voluntad o a las buenas (o malas) decisiones de los políticos. Su potencia es tal que constituye “el hecho generador del que [parece] derivarse cada hecho particular” (p. 9).

Tocqueville caracteriza el proceso afirmando que:

“Una gran revolución democrática se está operando entre nosotros [se refiere a Europa]. Todos la ven, mas no todos la juzgan de la misma manera. Unos la consideran como una cosa nueva, y tomándola por un accidente, esperan poder detenerla todavía; mientras que otros la juzgan irresistible, por parecerles el hecho más ininterrumpido, más antiguo y más permanente que se conoce en la historia.” (p. 10)

Cabe aclarar que nuestro autor considera que democracia e igualación de condiciones son sinónimos o, si se prefiere, dos caras de la misma moneda. Se preocupa por mostrar en todo momento que la igualación no es un hecho casual o pasajero, sino que constituye el núcleo de los fenómenos que permiten explicar el pasaje de la sociedad feudal a la sociedad capitalista. Frente a quienes sostiene que la voluntad individual crea la historia (son ellos quienes piensan que la revolución democrática es un “accidente” y que puede ser “detenida”), Tocqueville insiste en la potencia del proceso:

“Por todas partes se ha visto que los diversos incidentes de la vida de los pueblos se inclinan a favor de la democracia. Todos los hombres le han ayudado con sus esfuerzos: los que luchan por ella y los que se declaran ser sus enemigos; todos han sido empujados confusamente por la misma vía y todos han actuado en común, unos contra su voluntad y otros sin advertirlo, como ciegos instrumentos de Dios.” (p. 12; el resaltado es mío – AM-)

Tocqueville enuncia aquí la base de la ciencia de la sociedad: las acciones de los individuos están moldeadas por las relaciones sociales, de manera tal que el resultado de sus acciones es bien diferente a sus intenciones iniciales. [6] Existen, por lo tanto, regularidades, las que pueden ser estudiadas por la ciencia. Se trata de un punto fundamental, pues si no existieran las regularidades, la ciencia entera sobraría, pues las acciones de las personas serían ininteligibles.

El proceso de desarrollo de la democracia se inició en Francia alrededor del 1100, cuando la nobleza, cuyo dominio sobre la sociedad se basaba en la propiedad territorial, comenzó a perder poder. Tocqueville no atribuye el debilitamiento de la nobleza a un único factor, sino a la influencia conjunta del fortalecimiento de diversos actores sociales (el clero, los juristas, los financistas, los intelectuales, la monarquía, etc.), cada uno de los cuales expresó la emergencia de un proceso particular. Sin embargo, Tocqueville sostiene que todos estos fenómenos confluyeron en un denominador común: el achicamiento de la distancia social entre las clases de la sociedad.

Tocqueville no indica con claridad cuál es el motor que impulsa el proceso de igualación. No obstante, destaca el papel igualador del dinero y, por ende, de la economía mercantil:

“Desde que los ciudadanos comenzaron a poseer la tierra por medios distintos a los del sistema feudal [7] y, ya reconocida, la riqueza mobiliaria pudo, a su vez, crear influencia y otorgar poder, no hubo descubrimientos en las artes, ni adelantos en el comercio y en la industria que no significaran nuevos elementos de igualdad entre los hombres. A partir de ese momento, todos los procedimientos que se descubren, todas las necesidades que nacen y todos los deseos que piden ser satisfechos constituyen otros tantos avances hacia la nivelación universal.” (p. 11)

Como es sabido, la sociología de los siglos XIX y XX prestó especial atención al problema de la transición del feudalismo al capitalismo. Tocqueville (no importa aquí si corresponde caracterizarlo como sociólogo) no es la excepción y plantea que el núcleo de esa transición es el proceso de igualación, el cual se basa, a su vez, en el desarrollo de la economía mercantil, que opera como variable independiente, modificando a la variable dependiente (la igualación de las relaciones sociales).

La igualación de las condiciones sociales opera como una aplanadora sobre las relaciones sociales tradicionales:

“El desarrollo gradual de la igualdad de las condiciones constituye, pues, un hecho providencial, con sus principales características: es universal, es duradero, escapa siempre a la potestad humana y todos los acontecimientos, así como todos los hombres, sirven a su desarrollo.” (p. 12).

En Tocqueville está presente una concepción de los fenómenos sociales diametralmente opuesta al individualismo imperante en nuestros días. Las decisiones de los individuos, sus acciones, no se dan en el vacío, sino que se hallan condicionadas y moldeadas por la vida social, por las relaciones que establecen entre sí. Esto se plasma en su planteo del desarrollo inexorable de la igualación de condiciones. Comprender esto implica abrir la puerta para poder comenzar a elaborar una ciencia de la sociedad; rechazar esta perspectiva y aferrarse al individualismo conduce a una visión unilateral de la totalidad social y, en el límite, es la autopista al misticismo que niega la posibilidad misma de las ciencias sociales.

No encuentro mejor manera de finalizar este ensayo que volver a insistir en el hecho de que vivimos una época de profundas transformaciones. Y un mundo nuevo requiere de una ciencia nueva.

 

 

Balvanera, domingo 29 de octubre de 2023


NOTAS:

[1] Machiavelli [Maquiavelo], N. (1955). El príncipe. Madrid: Universidad de Puerto Rico y Revista de Occidente, p. 444.

[2] Machiavelli [Maquiavelo], N., op. cit., p. 444.

[3] La expresión es del sociólogo francés Émile Durkheim (1858-1917): “no es su generalización la que puede servir para caracterizar los fenómenos sociológicos. Un pensamiento que se encuentra en todas las conciencias, un movimiento que repiten todos los individuos no por ello son hechos sociales. Si nos hemos contentado con ese aspecto para definirlos, es porque se les ha confundido, con lo que podríamos llamar sus encarnaciones individuales. Lo que los constituye son las creencias, las tendencias, las prácticas del grupo considerado colectivamente; en cuanto a las formas que revisten los estados colectivos al refractarse en los individuos, son cosas de otra especie. Lo que demuestra categóricamente esta doble naturaleza es que estos dos órdenes de hechos se presentan a menudo disociados. En efecto, algunos de esos modos de actuar o de pensar adquieren, mediante su repetición, una especie de consistencia que los precipita, por decirlo así, y los aísla de los acontecimientos particulares que los reflejan. Adquieren de esta manera un cuerpo, una forma sensible que les es propia y constituyen una realidad sui generis, muy distinta de los hechos individuales que la manifiestan.” (Durkheim, E., Las reglas del método sociológico, México D. F., Fondo de Cultura Económica, pp. 43-44)

[4] Karl Marx (1818-1883) expresó esta idea en el prólogo a la 1° edición de El capital: “aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista, con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico-social, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una creatura por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas.” (Marx, K., El capital. Crítica de la economía política. Libro Primero: El proceso de producción de capital I, México D. F.; Siglo XXI, 1996, p. 8.)

[5] Tocqueville, A. (1995). La democracia en América, I. Madrid: Alianza, pp. 9-21.

[6] Adam Smith (1723-1790) expresó esta idea en el famoso pasaje sobre la “mano invisible: “En la medida en que todo individuo procura en lo posible invertir su capital en la actividad nacional y orientar esa actividad para que su producción alcance el máximo valor, todo individuo necesariamente trabaja para hacer que el ingreso anual de la sociedad sea el máximo posible. Es verdad que por regla general él ni intenta promover el interés general ni sabe en qué medida lo está promoviendo. Al preferir dedicarse a la actividad nacional más que a la extranjera él sólo persigue su propia seguridad; y al orientar esa actividad de manera de producir un valor máximo él busca sólo su propio beneficio, pero en este caso como en otros una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos. El que sea así no es necesariamente malo para la sociedad. Al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentase fomentarlo. Nunca he visto muchas cosas buenas hechas por los que pretenden actuar en bien del pueblo” (Smith, A., La riqueza de las naciones: Libros I, II y III y selección de los Libros IV y V. Madrid, Alianza, 1996, p. 554). O sea, los individuos persiguen fines sociales sin ser conscientes de ello…Smith nos ofrece así una descripción precisa de la determinación social de las acciones de las personas.

[7] Se refiere al hecho de que la tierra se convierte en mercancía y, por lo tanto, se puede comprar (y vender).

lunes, 25 de septiembre de 2023

EL LIBERALISMO CONTRA LA AUTORREGULACIÓN DEL MERCADO: COMENTARIOS SOBRE LOCKE

 

Ariel Mayo (UNSAM / ISP Joaquín V. González)

 

Francisco de Goya, El sueño de la razón produce monstruos


 

“Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras,

sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno.”

Thomas Hobbes, Leviatán (1651)

 

John Locke (1632-1704) puso las bases del liberalismo en su obra Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil (1690)[i]. Dada la importancia que tienen en la actualidad los políticos y los partidos que se reivindican liberales, resulta útil revisitar los planteos lockeanos, para comprender las continuidades y las rupturas entre el liberalismo de nuestros días y el liberalismo clásico.

Como dispongo de poco espacio, comenzaré haciendo un resumen de los postulados fundamentales del Segundo Tratado. Locke afirma que existe un estado previo a la existencia de la sociedad y el Estado, al que denomina estado de naturaleza, conformado por individuos que viven sin lazos sociales que limiten sus acciones. La sociedad no existe naturalmente; por el contrario, para existir requiere de un acto de voluntad de las personas, quienes deben tomar la decisión de abandonar el estado de naturaleza. Pero esa decisión no es algo obvio para quienes viven en el estado presocial, pues allí gozan de la libertad y la propiedad. En efecto, en el estado de naturaleza, las personas crean su propiedad privada mediante el trabajo, transformando y apropiándose los objetos con su esfuerzo físico y mental; incluso, toman la decisión de conceder al oro y a la plata un valor superior a su utilidad y, así, permitir la compra de bienes en cantidades superiores a las necesidades del comprador, abriendo la puerta para la distribución desigual de la riqueza[ii]. En pocas palabras, en el estado de naturaleza hay propiedad privada, dinero, compra y venta de mercancías, desigualdad de fortuna entre los individuos: es una economía mercantil en estado puro. ¡Y todo ello sin tener que pagar impuestos ni verse sometidos a las regulaciones estatales! Es el Edén de los propietarios.

En este punto cabe preguntarse: si en el estado de naturaleza los individuos gozan de la propiedad que forjan con su trabajo y son libres de hacer lo que les plazca, ¿por qué optan por abandonar ese estado idílico y formar una sociedad? En otros términos, ¿los seres humanos no pueden autorregularse sin necesidad del poder estatal?

Ahora bien, puesto que el estado de naturaleza no es otra cosa que una economía mercantil pura, la pregunta precedente puede reformularse así: ¿el mercado puede autorregularse?

Aquí llegamos al núcleo del problema. El liberalismo clásico (Locke) responde negativamente a la pregunta formulada en el párrafo anterior. Muchos liberales actuales, en cambio, afirman que la respuesta es afirmativa y por eso cargan contra el Estado, al que achacan la responsabilidad de todo los males pasados, presentes y futuros. La cuestión excede el marco de la filosofía política (y también el de la economía), y se convierte en un problema político, cuya importancia salta a la vista.

Este ensayo se divide en dos partes: en la primera se esbozan las razones por las que se pasa del estado de naturaleza a la sociedad política, según lo expuesto por Locke; en la segunda se desarrollan algunas consideraciones acerca de los errores de la tesis de la autorregulación del mercado.


Las razones para salir del estado de naturaleza, o de la inevitabilidad del Estado para la economía de mercado:

Locke discute la posibilidad de que los seres humanos se autorregulen en el capítulo 9 (De los fines de la sociedad política y del gobierno). Su presentación de la cuestión es clara y precisa:

“Si en el estado de naturaleza la libertad de un hombre es tan grande como hemos dicho; si él es el señor absoluto de su propia persona y de sus posesiones en igual medida que puede serlo el más poderoso; y si no es súbdito de nadie, ¿por qué decide mermar su libertad? ¿Por qué renuncia a su imperio y se somete al dominio y control de otro poder?” (p. 134)

La respuesta cae como un mazazo sobre la tesis de la autorregulación: en el estado de naturaleza predomina la incertidumbre; nadie está seguro de que su propiedad no le sea arrebatada por otra persona; la libertad se convierte en miedo.

“Aunque en el estado de naturaleza tiene el hombre todos esos derechos, está, sin embargo, expuesto constantemente a la incertidumbre y a la amenaza de ser invadido por otros. Pues, como en el estado de naturaleza todos son reyes lo mismo que él, cada hombre es igual a los demás; y como la mayor parte de ellos no observa estrictamente la equidad y la justicia, el disfrute de la propiedad que un hombre tiene en un estado así es sumamente inseguro.” (p. 134).

O sea, el estado de máxima libertad se convierte en el estado de máxima incertidumbre. La paradoja se comprende si se tiene en cuenta que los individuos que viven en el estado de naturaleza se comportan como propietarios privados que llevan sus mercancías al mercado y, por ende, compiten entre sí para obtener mayores beneficios. El estado de naturaleza es, repito, una economía de mercado ideal. Por eso Locke concibe la naturaleza humana como la naturaleza del productor de mercancías: es la naturaleza de un individuo egoísta (sólo piensa en sí mismo y ve a las demás personas como medios para alcanzar sus fines mercantiles) y competitivo[iii]. En cada individuo prima la búsqueda del propio beneficio, por ende es imposible que se impongan las leyes de la naturaleza, es decir, aquellas surgidas de la razón y que llaman a respetar la vida, la libertad y la igualdad de todos los seres humanos. Casi nadie (siendo generosos) respeta “la equidad y la justicia”.

Para que la propiedad privada, la libertad y el mercado puedan subsistir se vuelve imprescindible la creación de una institución capaz de regular a los individuos y poner un límite a la lucha entre ellos. Ese límite es el Estado (la sociedad política):

El grandes y principal fin que lleva a los hombres a unirse en Estados y ponerse bajo un gobierno es la preservación de la propiedad, cosa que no podían hacer en el estado de naturaleza, por faltar en él muchas cosas” (p. 135; el resaltado es mío – AM-).

Locke es taxativo: en el estado de naturaleza no se preserva la propiedad privada, que es el núcleo de la sociedad burguesa. Los seres humanos no pueden autorregular sus relaciones sociales, ni de proporcionar, por ende, las seguridades necesarias para el funcionamiento normal de la economía de mercado.

Tres carencias del estado de naturaleza impiden que pueda garantizar la preservación de la propiedad privada: a) la ausencia de una ley establecida, fija y conocida por todas las personas; 2) la falta de “un juez público e imparcial, con autoridad para resolver los pleitos que surjan entre los hombres, según una ley establecida” (p. 135); 3) la falta de un poder que respalde y empodere a las sentencias de ese juez.

El Edén de los propietarios se convierte en la pesadilla de los propietarios y éstos se pechan por salir de ese estado y constituir la sociedad política:

“Así, la humanidad, a pesar de todos los privilegios que conlleva el estado de naturaleza, padece una condición de enfermedad mientras se encuentra en tal estado; y por eso se inclina a entrar en sociedad cuanto antes (…) Pues los inconvenientes a los que están allí expuestos (inconvenientes que provienen del poder que tiene cada hombre para castigar las transgresiones de los otros) los llevan a buscar protección bajo las leyes establecidas del gobierno, a fin de procurar la conservación de su propiedad.” (p. 136).

La propiedad privada necesita del Estado para subsistir. Para Locke no hay nada más que decir sobre esta cuestión.


La utopía de la autorregulación del mercado:

Si bien Locke no tiene nada más para decirnos acerca de las razones del pasaje del estado de naturaleza a la sociedad política, nosotros estamos obligados a seguir adelante para desarrollar el argumento contra la tesis de la autorregulación de la economía de mercado. Dicha tesis aparece, aunque matizada (al fin y al cabo se reconoce la existencia y la necesidad del Estado, pues de lo contrario se caería en el disparate), en los manuales de economía que se leen en las universidades

Tal como se indicó, el estado de naturaleza es el Edén de los propietarios, una economía mercantil pura. Allí los propietarios individuales utilizan dinero y acumulan riquezas mediante el trabajo y el uso del oro y la plata. No pagan impuestos, pues no hay Estado. En esa economía idealizada sólo hay individuos, pues precisamente la economía mercantil disuelve los grupos sociales. En el imperio de la mercancía no hay espacio para la solidaridad entre los seres humanos.

Pero ese Edén se desvanece rápidamente dado que los seres humanos son incapaces de autorregularse debido a las peculiaridades de su naturaleza, pues son seres egoístas que siguen su propio interés y que no pueden regularse sin intervención externa. En otras palabras, economía mercantil y Estado constituyen un par inseparable. Las tres carencias mencionadas por Locke son otros tantos indicadores de la incapacidad de la economía mercantil para regularse a sí misma y, en definitiva, para preservar lo más sagrado del capitalismo: la propiedad privada.

Del análisis de Locke se concluye que la utopía liberal de la autorregulación de la economía de mercado es inviable, pues esta no puede constituir ninguna comunidad estable ni garantizar la seguridad de la institución esencial del capitalismo: la propiedad privada. De ahí que el Estado venga a establecer la unidad necesaria para que los individuos propietarios no caigan a la guerra de todos contra todos. La exposición lockeana de los motivos por los que los individuos deciden abandonar el estado de naturaleza muestra con claridad la mencionada inviabilidad.

“Pero aunque los hombres, al entrar en sociedad, renuncian a la igualdad, a la libertad y al poder ejecutivo que tenían en el estado de naturaleza (…), esa renuncia es hecha por cada uno con la exclusiva intención de preservarse a sí mismo y a preservar su libertad y su propiedad de una manera mejor (…) Y por eso, el poder de la sociedad o legislativo constituido por ellos, no puede suponerse que vaya más allá de lo que pide el poder común, sino que ha de obligarse a asegurar la propiedad de cada uno, protegiéndolos a todos contra aquellas tres deficiencias (…) que hacían del estado de naturaleza una situación insegura y difícil.” (pp. 137-138)

Locke elabora, desde el liberalismo, una refutación radical del argumento que afirma que el mercado puede autorregularse. La economía de mercado llevada a su estado puro se desintegra a sí misma. Asoma, pues, el Leviatán…

 

 

Balvanera, lunes 25 de septiembre de 2023


NOTAS:

[i] Para la redacción de este ensayó utilicé la traducción española de Carlos Mellizo: Locke, J. (2000). Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil: Un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del Gobierno Civil. Madrid: Alianza. 238 p. (El libro de bolsillo, Área de conocimiento: Humanidades; 4415). La primera edición de la obra se publicó con autor anónimo en 1689, si bien en la portada figura la fecha 1690: Two Treatises of Government In the Former, The False Principles, and Foundation of Sir Robert Filmer, and His Followers, Are Detected and Overthrown. The Latter Is an Essay Concerning The True Original, Extent, and End of Civil Government. Londres: Awnsham Churchill.

[ii] Ver el desarrollo de este argumento en el cap. 5 del Segundo Tratado.

[iii] El contexto social e histórica modela la conciencia, pone los moldes – los límites – de lo que puede llegar a pensar el individuo. Una vez más (tal como pensaba Marx) el ser social determina la conciencia. Por eso, dos filósofos tan distintos como Hobbes y Locke, imaginan una naturaleza humana semejante, cuyo rasgo central es el egoísmo y que se plasma en individuos egoístas que ven a los otras personas como competidores). Esa naturaleza no es otra cosa que la idealización de las relaciones sociales propias de una economía mercantil.